Discurso de Juan Pablo II en la celebración del Jubileo de los Artistas — 19 de Febrero del 2000El hombre se revela más que nunca “imagen de Dios” en la creación artística
y realiza esta labor más que nada modelando la maravillosa “materia”
de su propia humanidad
y también ejerciendo un dominio creador sobre el universo que lo rodea.
Hay una singular analogía entre el arte de formarse a sí mismo
y el que se ejerce en la transformación de la materia:
en ambos casos, el punto de partida es siempre un don de lo Alto.
Si la creación necesita de una “inspiración”,
el camino espiritual necesita de la gracia,
que es el don por el que Dios se comunica a Sí mismo
envolviendo en amor nuestra vida, iluminando nuestros pasos,
llamando a la puerta del corazón hasta habitarlo
y hacer de él el templo de su santidad:
“Si alguno me ama, guardará mi palabra, mi Padre lo amará,
vendremos a él y haremos morada en él.” (Juan 14,23)
Dios se deja entrever por la fascinación que ejerce y por la nostalgia de la belleza.
El artista vive una relación particular con la belleza.
Se puede incluso decir que la belleza es “la vocación que él ha recibido del Creador”.
Si se es capaz de descubrir en las múltiples manifestaciones de lo bello
un rayo de la Belleza suprema,
entonces el arte se convierte en un camino hacia Dios.